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Julio PEREZ SILVA
Alias: "El Psicópata de Alto Hospicio"
Clasificación: Asesino en serie
Características: Violador
Número de víctimas: 14
Periodo actividad: 1998 - 2001
Fecha detención: 4 octubre 2001
Fecha de nacimiento: 15 julio 1963
Perfil víctimas: Mujeres
entre 14 y 45 años
Método de matar: Golpes con objeto o piedras
Localización: Alto Hospicio, Chile
Status: Condenado a cadena perpetua 26 febrero 2004
Definitivo: presidio perpetuo
calificado a Julio Pérez Silva
La Segunda sala del máximo
tribunal rechazó los recursos de casación que había presentado la
defensa del imputado.
Carolina
Valenzuela - ElMercurio.com
Martes 17 de Octubre de 2006
Un total de 40
años de cárcel sin beneficios deberá cumplir en forma efectiva Julio
Pérez Silva, -más conocido como el sicópata de Alto Hospicio-, luego que
la Corte Suprema confirmara la condena a presidio perpetuo calificado
que le impuso la Corte de Apelaciones de Iquique como autor de los
homicidios calificados de 14 adolescentes y un homicidio frustrado.
Por cuatro votos contra uno, la
Segunda del máximo tribunal rechazó los recursos de casación en la forma
y en el fondo que había interpuesto la defensa de Pérez, con el fin de
anular la sentencia de alzada.
Con ello, quedó a firme también
la condena a 9 años de presidio por cada una de las dos violaciones que
se le imputan.
En su resolución, el tribunal
consideró que el fallo de alzada no vulneró las normas de la prueba,
como lo planteó en los alegatos de julio pasado el abogado Sergio Ebner,
defensor del imputado.
El profesional, quien asumió la
defensa de Pérez Silva por turno judicial, solicitó que se le permitiera
rendir las pruebas relacionadas con la configuración del cuerpo del
delito y la ausencia de participación que el imputado dijo tener.
Ello porque Pérez afirmó
reiteradamente durante el proceso que la confesión -la única prueba que
lo incriminaba juicio de su defensa- había sido consecuencia de apremios
ilegítimos.
El abogado Ebner no ocultó su
disconformidad con el fallo. "Prefiero por convicción íntima y no por
otra razón, el voto de minoría representado por el Ministro Nibaldo
Segura, quien estuvo por declarar nula la sentencia recurrida, al
considerar que la denegación de determinadas diligencias probatorias
solicitadas por la defensa afectan en esencia su legítimo derecho y
conlleva a la invalidez del fallo", afirmó.
Los
querellantes, en tanto, valoraron la decisión. "No ha sido un proceso ni
un camino fácil para los abogados que hemos representado a las familias,
ni para las propias familias, pero con esto ya se cierra un capítulo y
se hace, en definitiva y en la medida de lo posible, justicia", dijo el
abogado de la Fundación Amparo y Justicia, Alejandro Espinoza.
DOLOR
EL
ABOGADO Alejandro Espinoza recordó el dolor de las familias de las
víctimas, quienes sufrieron maltrato y discriminación.
Aplican inédita terapia a "sicópata de Alto
Hospicio" para evitar suicidio
En el penal, Julio Pérez Silva cuida a
sus catitas, ve películas en DVD, escucha a Marco Antonio Solís y canta
karaoke. Cuando está de ánimo juega a la pelota con sus custodios y
fabrica gendarmes en papel maché.
Héctor Rojas - La Tercera
02/05/2005
Plantas, pájaros, películas, deporte y artesanía en
papel maché son algunos de los componentes de la inédita terapia con la
que Gendarmería intenta evitar que Julio Pérez Silva (41), el "sicópata
de Alto Hospicio", concrete la decisión de suicidarse.
El penal de Acha, en Arica, está sobrepoblado en un
50%. Pese al poco espacio que hay entre un reo y otro, Pérez -el hombre
de mayor complejidad de esa cárcel- tiene espacio suficiente para no
cruzarse nunca con otro interno. Por seguridad, sólo puede compartir con
sus gendarmes, con quienes, incluso, juega fútbol.
Un recorrido por las celdas de Acha lo dice todo: en
el pasillo, junto a sus cosas, el criminal tiene una jaula con tres
catitas que cuida con atención. "Zooterapia", comenta escuetamente un
gendarme, mientras Julio Pérez Silva se oculta en un calabozo con portón
metálico para evitar cualquier contacto con personas ajenas al recinto.
También se ocupa de sus jarrones, donde tiene cactus y flores, y bebe
té, su bebida predilecta.
En otra de sus celdas -vive en tres-, Pérez ocupa el
tiempo mirando televisión. Tiene DVD y una colección de películas como
"Rápido y Furioso", "El Aviador", "Hitch, especialista en seducción" y
videos musicales: suele escuchar la actuación del mexicano Marco Antonio
Solís en el Festival de Viña. Además, tiene un disco para cantar en
karaoke, una radio con CD y un Nuevo Testamento.
Llama la atención su taller, de 2 x 3 metros, en el
que fabrica figuras de papel maché pintadas con vivos colores, como
rojo, verde, amarillo, blanco y azul. Su especialidad: personajes
mexicanos, retablos y gendarmes de uniforme verde oliva y lumas en la
mano.
Gendarmería quiere mantenerlo ocupado y entretenido.
No quiere que se repita lo acontecido en enero del año pasado, cuando
Pérez estuvo a punto de ahorcarse.
Trota y juega fútbol
Pérez Silva, condenado por el crimen de 14 mujeres
-11 de ellas adolescentes- de Iquique y Alto Hospicio, está "autorizado"
a trotar durante una hora dos veces por semana, aunque recientemente, en
uno de sus arrebatos emocionales, se negó a seguir con esta práctica.
Juega pequeños partidos de baby fútbol con sus custodios (dos
jugadores por lado y sin arquero). Claro que no le gusta perder y, si
eso ocurre, hace sentir su enojo y deja de hablarles durante días a los
gendarmes.
Estas fluctuaciones en su estado de ánimo son las que
justifican las rígidas normas de seguridad y el apoyo farmacológico que
se le aplica para compensarlo y mantenerlo estabilizado. Además, desde
hace poco es visitado por un pastor evangélico.
Sus escasas salidas de la celda son acompañadas de un
dispositivo de magnitud. Al gimnasio va custodiado de varios gendarmes.
Por su aislamiento, sólo puede ir después de la hora de encierro de los
1.905 reos que ocupan el complejo penitenciario. El equipo de Gendarmería
a cargo de su seguridad debe emitir tres informes diarios al jefe de la
unidad, comandante Juan Moya. En los reportes se incluyen todas sus
actividades e, incluso, su estado de ánimo.
S�lo gracias a las preocupaciones constantes de sus
custodios, Pérez Silva ha visto parcialmente estabilizada su precaria
condición mental. Hace poco pidió formalmente autorización al jefe del
penal para tener "visitas conyugales" con su pareja, Nancy Boero. Tal
solicitud fue negada y estaría totalmente fuera de discusión.
Intento de suicidio
El 19 de enero del año pasado Julio Pérez Silva
estuvo a punto de morir ahorcado. Con un simple cordón de zapatos
enrollado al cuello y un cepillo de dientes para apretar el nudo, sólo
lo salvó la reacción de los gendarmes que se percataron de lo ocurrido
luego de 15 minutos en los que ocultó su cara con una sábana acostado en
su litera. Estuvo hospitalizado por hipoxia cerebral (falta de aire).
De ahí en adelante se intensificaron sus terapias
-tiene constantes bajas de ánimo- y su seguridad fue más rigurosa.
Entre septiembre de 1998 y agosto de 2001, Pérez
asesinó a Graciela Saravia (16 años), Sara Gómez (18), Ornella Linares
(16), Daysi Castro (16), Ivonne Carrillo (15), Macarena Sánchez (14),
Angélica Alcayaga (24), Laura Sola (15), Katherine Arce (16), Patricia
Palma (17), Macarena Montesinos (15), Viviana Garay (16), Angélica
Palape (45) y Gisela Melgarejo (36). A sus víctimas las subía a su
colectivo "pirata". Luego las violaba, asesinaba y arrojaba los cuerpos
en piques mineros.
Perfil del asesino Julio Segundo
Pérez Silva
La Tercera - Icarito.cl
26 de febrero de 2004
Se mostraba amable y solidario, no tenía vicios y a
las mujeres les caía en gracia. Parecía amenazante sólo cuando jugaba
fútbol: porque iba con "pierna firme" se ganó el "4" de la Selección
Seniors de Iquique. Pero gracias a su triste récord de siete crímenes,
Julio Segundo Pérez Silva, el ahora denominado sicópata de Alto Hospicio
se convirtió en el asesino en serie más brutal en la historia moderna
chilena.
Vivía desde 1997 en el sector de La Pampa de esa
localidad, donde nadie recuerda de él el más pequeño indicio que moviera
a dudas. Incluso, su vecina Alicia Moreno afirma que era cariñoso con su
pareja, la funcionaria municipal Nancy Duero, con quien habitaba una
vivienda de cholguanes y nylon. "En abril mi hijo cayó enfermo de
hepatitis y el vecino le daba el almuerzo, porque yo trabajaba. Cuando
se nos quemó la tele, el niño iba a ver televisión a su casa", dice la
señora Alicia.
Siempre callado, a veces Julio Pérez amasaba pan y le
convidaba a sus conocidos. Le gustaba hablar de sus tres perros: el
"Nacho" -un perro negro que aún merodea el vecindario- la "Duquesa" y el
"Hijo", que había bautizado así porque lo quería como tal.
CRIADO EN PUCHUNCAVI
Como casi nunca tocaba asuntos personales, muy pocos
sabían que se había criado en Puchuncaví (Quinta Región), donde cursó
hasta octavo básico, y que en esas tierras había dejado a su esposa
legal, dos hijas y rumores sobre conductas exhibicionistas e intentos de
violación que nunca fueron denunciados. Otro de sus acotados temas de
conversación eran sus autos. Luego de llegar a Alto Hospicio, trabajó
como obrero en una constructora y se compró un Nissan gris metálico.
Posteriormente, laboró en una refinadora de sal,
donde se le recuerda siempre como un hombre callado. Al tiempo, cambió
el Nissan por un Toyota Corolla blanco. Los dos vehículos están hoy
incautados. Varios testigos aseveran que había comentado sus deseos de
comprarse un furgón, para que le sirviera de transporte en sus
esporádicos trabajos de soldaduras y fierros. Pero estaba cesante y
desde mediados de agosto sus únicos ingresos dependían de "piratear" su
auto como taxi.
Además de sus perros, su único pasatiempo era el
fútbol, donde jugaba siempre en la defensa, pegado a la línea derecha,
primero en el club "El Esfuerzo" y luego en la selección senior de
Iquique. Hasta fue nominado para representar a la ciudad en un
campeonato disputado en 1999. "Era parco, casi no hablaba, pero bueno
para las patadas", comenta un ex compañero. "Una vez llegó con el pelo
teñido y todos lo molestamos", señala Alexis Moreira, ex camarada suyo
en "El Esfuerzo".
Dos vendedoras de una feria cercana recuerdan que
siempre iba vestido de jeans y poleras blancas ceñidas, peinado
prolijamente e impecable. "Le echábamos tallas por su buena pinta, pero
no pescaba", comenta una locataria. Otras veces lo divisaban en su auto,
estacionado en una esquina durante horas, como agazapado, o conduciendo
en dirección a la pampa, escuchando música ranchera. Ninguno de sus
compañeros de equipo sospechaba que los cambios en su pelo eran para
ocultar su apariencia. Las locatarias de la feria tampoco supusieron que
sus viajes al descampado tenían que ver con las desapariciones de seis
escolares y una joven en Alto Hospicio.
DETENCION
Julio Pérez fue detenido en la mañana del miércoles
26 de agosto del 2001, conduciendo su Toyota. Horas antes, una menor de
13 años denunció en la subcomisaría local de Carabineros que un hombre
de sus características la había violado y golpeado salvajemente. "Soy el
sicópata de Alto Hospicio", le dijo antes de abandonarla en el desierto
al creerla muerta. Gracias a unas figuras que colgaban en su parabrisas
y a un profundo olor a tintura de pelo, la policía pudo identificarlo.
En el calabozo, personal del OS-7 de Carabineros optó por la técnica de
quebrar su resistencia mediante interrupciones sistemáticas de sueño
cada media hora, encendiendo la luz e interrogándolo de imprevisto. "El
objetivo era que alcanzara su punto de estrés para que hablara, por lo
que al mismo tiempo se le ofrecía una mano", señala uno de los policías.
El día jueves, Julio Pérez confesó la violación de la
niña denunciante, pero mantuvo un meditado silencio sobre sus restantes
crímenes durante el viernes y el sábado siguientes. El domingo, conforme
cundía su cansancio, reconoció su autoría en tres asesinatos y
desapariciones. Enseguida, volvió a sumirse en el mutismo. Sólo el lunes
3 de septiembre del 2001, tras más de 120 horas sin sueño, entregó
detalles de como acabó con cada una de las siete víctimas que hasta hoy
se le atribuyen, junto con dar a conocer el lugar de dónde estaban los
cuerpos. "Nunca lloró ni dijo estar arrepentido. Si nadie sospechó de él
es porque rompía todos los parámetros del criminal prototipo", señala
uno de sus interrogadores.
FRIO Y VIOLENTO CON SUS VICTIMAS
Según las primeras pericias y su propia confesión,
Pérez Silva elegía metódicamente a sus víctimas, sobre la base de un
patrón más o menos repetitivo: se trataba de muchachas delgadas, morenas
y casi todas de cabellos largos, a quienes vigilaba durante días antes
de decidirse a actuar.
Su anzuelo era ofrecerles llevarlas a sus casas o a
escuelas como taxista "pirata" y por unas monedas. Cuando las menores
ingresaban a su vehículo las amenazaba con un cuchillo y las trasladaba
hasta los alrededores de Alto Hospicio. Antes de violarlas, las golpeaba
hasta dejarlas inconscientes. Luego, atadas de pies y manos, golpeaba
reiteradamente sus cabezas con piedras hasta provocarles la muerte.
Finalmente, las cubría con sacos en basurales o las
arrojaba a piques mineros abandonados. Casi la totalidad de las menores
reflejan una aplicación de brutal violencia orientada a causarles la
muerte. De hecho, varios de los cuerpos presentaban los cráneos
destrozados, además de fracturas en costillas. En contraste, las
extremidades sólo presentaban lesiones menores, en varios casos
producidas por ataduras.
JULIO PÉREZ
SILVA alias El psicópata de Alto Hospicio
Aún no ha sido condenado por la
justicia chilena, pero ya acumula 13 procesamientos por homicidio y dos
por violación. Está confeso de, al menos, siete homicidios en contra de
colegialas del Liceo Eleuterio Ramírez, desaparecidas entre noviembre de
1999 y junio del año 2000.
Fue aprehendido por la policía
gracias a que la última de sus víctimas -identificada como Barbarita N.
P., de 13 años- logró salir del pique minero en que la arrojó el
sicópata tras violarla y golpearla, denunciando el hecho ante las
autoridades.
Este fue el hilo conductor que
llevó a Investigaciones a revisar los numerosos pozos de mineral que hay
en las cercanías de Alto Hospicio, en la Primera Región, y basurales
clandestinos. De esta forma, se encontraron 13 cuerpos de mujeres
ultrajadas y otra víctima que pudo salvar con vida, la cual fue
identificada como Maritza C.R. de 14 años.
Este es
uno de los psicópatas en serie chilenos que más crímenes registra en su
prontuario policial, hecho que sin duda lo situará en la historia como
uno de los delincuentes más calculadores y despiadados del país.
Según consta en
los abultados procesos judiciales que llevan en su contra la ministra en
visita Eliana Ayala y el juez especial Hernán Sánchez Marré, los
crímenes de Pérez Silva eran preparados con mucha anterioridad. Los
horarios de las colegialas fue acuciosamente estudiado por el sujeto,
quien realizaba largas rondas por la mañana y la tarde en las cercanías
del establecimiento educacional.
En cuanto
a sus víctimas menores de edad, todas respondían a un mismo patrón
físico: escolares, morenas y de pelo largo. El Psicópata les ofrecía
amablemente llevarlas hasta sus casas o al liceo, para después
raptarlas, ultrajarlas y asesinarlas lanzándoles piedras al interior de
los piques o en sitios eriazos.
El Psicopata del
Alto Hospicio
elpuente.canal13.cl
Julio Peréz Silva,
el psicópata de Alto Hospicio. Hace un tiempo, en la localidad nortina
de Alto Hospicio, una decena de jovencitas fueron sistemáticamente
secuestradas violadas y asesinadas por un tranquilo vecino del que nadie
sospechaba absolutamente nada.
Guido
Utreras pasaba por la carretera cuando vio a una estudiante tapada en
sangre haciendo dedo. Atónito retrocedió a buscarla. Ella le rogó que la
llevara al hospital porque un caballero en un auto blanco había
intentado violarla. Se trataba, nada menos, que del denominado sicópata
de Alto Hospicio. Unas cuántas horas después de este encuentro, aquella
niña, conocida hasta ahora sólo como Bárbara N, de 13 años, acabó con la
historia criminal de Julio Pérez Silva, el peor asesino en serie de la
historia de Chile. Fue el 4 de octubre del año 2001.
Pero, ¿quién es este silencioso desconocido que
violó y mató sin dejar huellas, sin despertar sospechas? ¿Qué lo llevó a
repetir, al menos nueve veces, un ritual de muerte que durante casi tres
años logró esconder en la paupérrima soledad de Alto Hospicio?
El hombre menos pensado
Sus inicios se remontan a Puchuncaví. Guillermina
Cisternas, una ex vecina de Pérez Silva en esa localidad, estuvo muy
pendiente de las noticias la noche de la captura del sicópata de Alto
Hospicio. "Me di cuenta que era él, sin que nadie me lo dijera. Lo
conocí por su cuerpo. No se veía su rostro porque lo traía tapado con un
poncho. Sabíamos que estaba en Iquique, así que por eso sabíamos que era
él".
El "Segua", como le decían en su infancia, pasó
la mayor parte de sus 38 años entre las calles de Puchuncaví. María
Pérez, directora, en ese entonces, del colegio donde estudió, dice que
siempre lo vio como un alumno tranquilo, callado e introvertido.
"Teníamos un grupo de la cruzada eucarística, cuyo lema es oración,
sacrificio y apostolado, nada que ver con lo que pasó, y él
participaba."
Julio Pérez Silva se casó a los 22 años con
Mónica Cisternas, oriunda de La Calera, y tuvieron dos hijas. Luego,
convivió 5 años con Marianela Vergara, quien ya tenía otras dos hijas.
Con ella regresó a Puchuncaví y cosechó fama de buen esposo. A mediados
de los noventa emigró a Iquique buscando mejores oportunidades de
trabajo. Comenzó
cargando sacos de sal.
En una fiesta conoció a Nancy Boero, 14 años
mayor que él y con 6 hijos. A las dos semanas ya vivían juntos y luego
se establecieron en Alto Hospicio, en un sector conocido como La Negra.
Más tarde se cambiarían a Autoconstrucción, otro sector de la localidad.
Al poco tiempo, abandonó los sacos de sal y empezó a operar como taxista
pirata ocasional. El tímido "Segua" de Puchuncaví era otro al volante.
Su lado oscuro
El
17 de septiembre de 1998, recogió en la costanera de Iquique a Graciela
Montserrat Saravia, de 17 años. Según su confesión, le ofreció dinero a
cambio de sexo. Todo iba bien hasta que ella habría intentado robarle.
Enfurecido, la golpeó hasta matarla y la abandonó en una playa.
Lavado y peinado, como lo haría siempre después
de cada ataque, Julio Pérez siguió dedicándose a su casa y a sus vecinos
como un hombre modelo.
El 24 de noviembre de 1999 le ofreció a Macarena
Sánchez, de 13 años, acercarla en su auto hasta el liceo. Luego de
amenazarla con un cuchillo y violarla, le amarró las manos arrojándola
al interior del Pique Huantajaya.
Como siempre, aquel día, Pérez Silva estaba de
regreso en su casa temprano, borrando huellas de su cuerpo, del auto y
de su ropa. Nada extraño en un hombre casi obsesivo por el lavado.
En el verano de 2000 algo detonó en el interior
de este hombre. En febrero atacó dos veces en menos de una semana.
Primero fue a Sara Gómez. Tres días después, a Angélica Lay, una
promotora de teléfonos celulares de 23 años.
Una y otra vez, Julio Pérez Silva repitió la
misma rutina. Más de una vez cambió su peinado, agregó o eliminó su
barba o se tiñó unas cuántas canas. Viendo televisión junto a Nancy se
topó a menudo con algún noticiario donde la desaparición de las niñas de
Alto Hospicio ya comenzaba a estar en los titulares.
El jueves 23 de marzo del año 2000, un mes
después del cuarto asesinato, la hija de Delia Henríquez no regresó a
casa. Se llamaba Laura Zola y tenía 14 años. Fue la quinta víctima del
sicópata de Alto Hospicio. Luego, el 5 de abril, el temido auto blanco
que ya había perseguido más de una vez a María Eugenia Rivera se llevó a
su hija, Katherine Arce. Pérez Silva la violó y la enterró en un basural
clandestino.
Sus últimos golpes
La mejor aliada de "el Segua" fue aquella versión
que decía que las jóvenes desaparecidas se habían ido por dejar atrás la
pobreza de Alto Hospicio. La policía manejaba sus propias teorías y
circularon informes oficiales con las más graves acusaciones.
Pistas falsas, versiones equivocadas y hasta
misteriosas llamadas de auxilio encaminaron la búsqueda en la dirección
equivocada hacia Perú o Bolivia. El 22 de mayo del 2000, Patricia Palma,
de 17 años salió del colegio rumbo a su casa. Fue en ese momento cuando
Julio Pérez la raptó para luego matarla.
Diez días más tarde volvió a atacar. Violó y
asesinó a Macarena Montecinos en el sector de Pampa El Molle. Y luego,
el 2 de julio, interceptó a Viviana Garay a quien también mató de un
golpe en la cabeza. Pero esta vez, la desaparición de Viviana generó la
más intensa reacción que el sicópata había encontrado en toda su carrera
criminal. El padre de la niña, Orlando Garay, movilizó a las demás
familias afectadas. Sólo entonces el hecho se convirtió en noticia, por
lo que los crímenes se detuvieron.
"El Segua" dejó de atacar durante más de nueve
meses, pero el 17 de abril de 2001 ya no pudo contenerse. En el sector
de la Autoconstrucción interceptó a una menor de 16 años identificada
como Maritza. La amenazó con un cuchillo y la violó. Mientras él
escapaba, Maritza regresó a su casa. La llevaron al hospital, donde le
extrajeron muestras de semen del agresor, que nunca pudo ver en la
oscuridad.
Meses más tarde, cuando lo detuvieron, ella
reconoció su voz. Compararon las muestras de ADN y resultaron idénticas.
El 3 de octubre de 2001, Julio Pérez Silva cometió el último de sus
ataques. Fue el día en que Bárbara N sobrevivió, el día en que Alto
Hospicio supo que había un asesino entre ellos.
Fue detenido horas después y sin inmutarse,
admitió asesinatos y violaciones. Confesó haber actuado solo y nunca
alegó demencia. Poco a poco, Pérez Silva aportó los datos necesarios
para localizar los cadáveres de sus víctimas. El rastreo de estos no
estuvo excento de sorpresas. El cuerpo de Angélica Lay fue un hallazgo
inesperado pues su nombre no figuraba entre las mujeres oficialmente
perdidas.
Hasta ahora (2002), han surgido nombres de otras
cinco jóvenes y mujeres adultas desaparecidas en la zona de Alto
Hospicio entre abril de 1999 y agosto del 2001. Sin embargo, "el Segua"
asegura no saber nada de ellas.
¿Por qué lo hizo? Ésa es la pregunta que
atormenta a todas las familias que perdieron a una hija en manos de
aquel hombre que escondía en su mente a un monstruo. Es también una
pregunta que se repiten jueces y abogados, tratando de armar el
enigmático rompecabezas que Julio Pérez Silva se rehusa a componer en su
totalidad. Su respuesta ante el juez ha sido siempre "No sé por qué lo
hice".
Julio Pérez Silva, "El psicópata de
Alto Hospicio"
Oriundo de Puchuncaví, se dice de él que era un tipo
tranquilo, callado, e introvertido. Con 22 años se casó con una calerana,
Mónica Cisternas, con quién tuvo 2 hijas. El matrimonio no duró mucho, y
comenzó a convivir con Marianela Vergara quien también tenía dos hijas.
Con ella regresó de La Calera a vivir a Puchuncaví, donde dicen que se
comportaba como un buen marido.
A mediado de los noventa, Julio se aburre y decide ir
a buscar trabajo a Iquique. Dedicado a cargar sacos de sal en un
comienzo, conoce en una fiesta a Nancy Boero. Ella, 14 años mayor y con
6 hijos, decide convivir con él después de dos semanas de conocerlo, y
luego se mudan a Alto Hospicio.
Allá dejó de cargar los sacos de sal, y se transformó
en taxista pirata.
Y se transformó en algo más...
17 de septiembre de 1998, un día antes de fiestas
patrias, recoge en la costanera de Iquique a Graciela Montserrat Saravia.
Aparentemente la joven de 17 años le despertó el apetito y le ofreció
dinero por sexo. Según su confesión, todo iba bien hasta que la chica
intentó robarle.
Nuestro Julio perdió el control, la golpeó hasta la
muerte, y la dejó en una playa.
En un modus operandi propio de sus ataques, Julio
después de cada asesinato se baña, peina, y continúa siendo el vecino y
padre de familia ejemplar que era.
El 24 de noviembre de 1999, le ofrece a Macarena
Sánchez, de 13 años, un acercamiento al liceo. Aquí Julio cruza una
línea simbólica: ya no hay ofrecimiento de dinero, ya no hay un robo que
enfurece. Julio la amenaza con un cuchillo, la viola, le amarra las
manos y la tira a un pique minero.
En febrero del 2000 da otro paso más: ataca a Sara
Gómez y tres días después a Angélica Lay. El tiempo entre sus ataques se
había reducido a menos de una semana.
El psicópata ya estaba desatado.
23 de marzo del mismo año, y viola y asesina a Laura
Zola de 14 años.
El 5 de abril viola y asesina a Katherine Arce.
Entierra su cadáver en un basural clandestino.
22 de mayo: rapta y asesina a Patricia Palma. 10 días
más tarde viola y asesina a Macarena Montesinos.
El 2 de julio es el turno de Viviana Garay, a quien
mata de un golpe en la cabeza.
Sin embargo, el papá de esta niña agrupó a todas las
familias que estaban sufriendo lo mismo, y el tema pasó a ser noticia.
Esto puso al "Segua" (como le decían en Puchuncaví), en un "letargo" de
9 meses.
Aguantó hasta el 17 de abril del 2001.
Esa madrugada, todavía sin luz, amenazó con un
cuchillo a Maritza de 16 años, y la violó. Sin embargo no la asesinó,
las luces de un auto -cuando le iba a arrojar una roca sobre la cabeza
de la niña- lo hicieron huir. Maritza, que no pudo ver a Julio, fue
llevada a un hospital, donde le extrajeron muestras de semen del "Segua".
El cerco comenzaba a cerrarse.
El 3 de octubre comete el ataque final: Bárbara N de
13 años logra sobrevivir al ataque y evitar su violación. Horas más
tarde, Julio Pérez Silva es detenido.
Admitió sus asesinatos, indicó el lugar donde había
puesto los cadáveres, y nunca alegó demencia.
Su voz fue reconocida por Maritza, y la muestra de
ADN fue concluyente.
Finalmente, Julio confesó 14 homicidios calificados,
2 violaciones, y un intento de asesinato. La sentencia dada en febrero
del 2004 lo condenó a 70 años que cumple en la cárcel de alta seguridad
de Arica, aislado, con cámaras para evitar un segundo intento de
suicidio, visitado semanalmente por Nancy, su pareja.
Los crímenes de Alto Hospicio
Por
Pili Abeijon
El 29 de noviembre de 1999,
Macarena Sánchez, de 14 años, salía de su casa con la intención de
dirigirse al Liceo Eleuterio Ramírez dónde estudiaba 8º básico,
cuando una persona en un automóvil blanco, posiblemente un taxi
clandestino, le propuso llevarla a su escuela por poco dinero. Como las
líneas de autobuses son irregulares en el pueblo y la joven temía
llegar tarde, aceptó subir al vehículo. Nunca más fue vista con vida.
Lo mismo le ocurrió el 23 de
marzo de 2000 a Laura Zola Henríquez, de 14 años, y el 5 de abril a
Catherine Arce Rivera (16 años), el 22 de mayo a Patricia Palma (17 años),
el 2 de junio a Macarena Montecinos (15 años) y el 30 de junio a
Viviana Garay Moe (16 años).
Los padres de estas jóvenes
denunciaron las desapariciones en la comisaría de policía de Alto
Hospicio, pero los meses fueron pasando y nadie aportaba pistas sobre su
posible paradero.
La primera hipótesis que
barajaron las autoridades, según revela uno de los primeros informes de
los Carabineros de septiembre del 2000, fue que se habían fugado a
causa de malas relaciones entre padres e hijos motivadas principalmente
por posibles situaciones de violencia familiar a la que se añadiría la
extrema pobreza de las familias que pueblan la región de Alto Hospicio,
pero la hipótesis que se vino pronto abajo. Los padres negaron en todo
momento que hubiese habido malos tratos, y lo demostraron posteriormente
en su incesante lucha estos dos años de búsqueda para tratar de
recuperar a las jóvenes.
La segunda hipótesis que se
barajó, fue que se trataba de un caso de trata de blancas en países
limítrofes como Perú y Bolivia. La posibilidad de que una red de
prostitución estuviese secuestrando a menores llevó incluso a la policía
chilena y a los familiares de algunas de las niñas a investigar varios
prostíbulos de esa zona buscando algún indicio, pero tampoco se obtuvo
resultado alguno.
El tiempo seguía apremiando y
ante el poco éxito de las investigaciones policiales se solicitó la
intervención directa del presidente Ricardo Lagos para que agilizase
las pesquisas, por lo que éste designó una Comisión Policial Especial
que se encargase exclusivamente de la búsqueda de las desaparecidas,
aunque las autoridades se negaron a nombrar un fiscal que investigara el
caso porque lo seguían considerando más como un problema social que un
asunto policial.
Puede resultar sorprendente que
no hubiesen pensado que podía tratarse de un caso de homicidios en
serie o por lo menos en secuestros premeditados habiendo tantas
coincidencias: por un lado, todas las desaparecidas eran adolescentes de
entre 15 y 17 años, todas estudiaban en el mismo instituto, todas tenían
el pelo largo y oscuro y todas desaparecieron en un plazo de siete
meses. Por lo menos esos indicios parecían apuntar a que alguien escogía
a sus víctimas según unas características concretas.
Fue tan sólo en septiembre de
este año 2001, un año y nueve meses después de la primera desaparición,
que los Carabineros redactan un informe indicando que podía tratarse de
un caso de asesinato: “es posible un hecho criminal relacionado con un
modus operandi psicopático, lo que adquiere mayor vigor al no ser
encontradas las menores y al no haber recibido de parte de ninguna de
las seis señales de su condición. Se debe considerar que pueden haber
participado una o más personas y que las desapariciones correspondan a
una serie de homicidios...”.
Tan solo dos semanas después se
confirmaría el informe. El jueves 4 de octubre una niña de 13 años
entraba en la Subcomisaría de Alto Hospicio con síntomas de haber sido
golpeada brutalmente. Allí denunció a los policías cómo un hombre en
un automóvil blanco la había recogido en la puerta del liceo para
llevarla a casa, pero que a medio camino se había desviado y la condujo
a las afueras del pueblo amenazándola con un cuchillo. Luego la violó
y tras decirle que “él era el psicópata de Alto Hospicio y ella su víctima
número trece”, la golpeó hasta que la dio por muerta. Posteriormente
la arrojó a un pozo de 50 metros de profundidad en una mina a unos 20
km de Iquique, en donde estuvo cinco horas inconsciente hasta que pudo
salir y llegar por sus propios medios al pueblo. Con la descripción que
facilitaría la niña de su agresor pudo ser detenido Julio Pérez
Morales Silva, de 38 años, propietario de un Toyota todo terreno color
blanco.
Julio Pérez no tiene
antecedentes penales. Aunque desde que ha sido detenido hay vecinos que
lo defienden señalando que nunca le observaron muestras de
comportamiento extraño, otros dicen conocer sus acciones como
exhibicionista y que habría violado a dos estudiantes hace algunos años
en su pueblo natal de Puchuncaví, pero no se ha podido demostrar nada
de esto.
El acusado no se inmutó cuando
lo detuvieron.
Posteriormente en la Subcomisaría
mantuvo a los policías que lo interrogaron en un juego psicológico que
muestra no solo su frialdad sino también la seguridad que tiene sobre
sus actos, actitud muy típica en un psicópata.
En un primer momento negó
cualquier cargo. Tras la insistencia y los duros métodos de interrogación
de los agentes, al día siguiente su postura cambió y se tornó
desafiante. Sin embargo, el tercer día asumió la violación e intento
de homicidio de la niña de 13 años. No satisfechos de la confesión,
los Carabineros continuaron interrogándole hasta que el detenido reveló
dónde estaban los cuerpos sin vida de las otras jóvenes que había
secuestrado. Un total de siete cadáveres, que resultaron ser los de las
niñas desaparecidas más el de Angelica Lay Alcayaga, una joven de 24 años
madre de una niña de seis que faltaba de su domicilio desde el 24 de
febrero del 2000.
Por el momento no se descarta que
Pérez haya cometido más crímenes, pues en febrero del mismo año se
encontró en esa zona el cadáver de Sara Gómez, de 18 años, aunque
todavía no se ha podido demostrar que la muerte está relacionada con
el psicópata de Alto Hospicio.
Si analizamos su modus operandi y
la total premeditación con la que actuaba, refleja que estamos ante un
asesino en serie organizado.
Antes de cometer un crimen se preparaba psicológicamente y físicamente,
se dejaba crecer la barba para evitar que algún testigo le reconociese
y a veces se teñía el pelo. También ahorraba algo de dinero para
nuevas fundas para el coche, dado que las suyas quedarían manchadas de
sangre. De preferencia actuaba los viernes para entorpecer las denuncias
y estudiaba los recorridos de las patrullas policiales. En todos los
casos vigilaba unos días antes a la joven que elegía según su
particular patrón, luego la abordaba cuando iba o volvía de la
escuela, y simulando que era un taxi clandestino se ofrecía a llevarla
a casa. Una vez en el vehículo ponía los seguros y la amenazaba con un
cuchillo para llevarla a las afueras en dónde la violaba y la
estrangulaba o la golpeaba con piedras.
Antes de matarlas entablaba una
conversación con ellas y al rato las agredía verbalmente y comenzaba a
golpearlas. Luego las cubría con sacos, las arrojaba al pozo de la mina
y las remataba arrojándoles piedras. Periódicamente realizaba
reconocimientos de los lugares donde sepultaba a sus víctimas para ver
si todo estaba en orden.
Otros rasgos de su personalidad
claramente psicopática es el hecho de que guardase los recortes de
prensa en su casa con las fotos de las niñas desaparecidas. Un asesino
que guarda objetos personales de las víctimas a modo de “trofeos”,
recortes de prensa como en este caso o que frecuenta el lugar de los
hechos, no sólo le sirve de estimulación sexual al recrearse
mentalmente en el acto una y otra vez, sino que además alimenta su
propio ego creyéndose mucho más inteligente que la policía y el resto
de la sociedad que siguen su rastro sin lograr atraparle.
También resulta muy típica en
la psicopatía su arrogancia, su egocentrismo y su narcisismo. Los
agentes que lo han interrogado han podido comprobar sus aires de
superioridad, su elocuencia y lo mucho que cuida su imagen, siempre
impecablemente peinado y vestido, para ser bien apreciado por la
sociedad y tratar de caer simpático. El psicópata suele tener una
autoestima muy elevada y se muestra seguro de lo que hace y dice en todo
momento porque se cree un ser superior, se rige por sus propias normas y
no es capaz de concebir que pueda estar equivocado o que otras personas
tengan opiniones diferentes a las suyas.
Desde que está detenido no ha
dado muestras de arrepentimiento alguno, más bien parece sentirse
orgulloso de sus acciones. Aparentemente está muy tranquilo y no
muestra estados depresivos o de ansiedad. Está aislado y bajo protección
por las amenazas de muerte recibidas tanto por familiares como por los
demás reclusos que juraron cobrar venganza si no se le aplicaba la pena
de muerte, abolida en Chile a principios de este año. (Por temor a que
fuese envenenado ha estado comiendo lo mismo que los policías del
establecimiento penitenciario).
Julio Pérez vivía en Alto
Hospicio desde 1993. Nació el 15 de julio de 1963 en Puchuncaví y a
los 22 años se casó con su primera mujer, Mónica C., con la que tuvo
dos hijas 16 y 12 años. El matrimonio duró cuatro años, y luego se
juntó con una asesora del hogar llamada Marianela V.
Posteriormente se trasladó a
Alto Hospicio buscando una mejora laboral y allí convivía con una
funcionaria municipal dedicada a las tareas sociales que nunca sospechó
la doble vida que llevaba su pareja. Lo único que le parecía extraño
era cuando Pérez la llevaba repetidas veces de paseo a zonas desoladas
en la periferia de las ciudades donde había vivido, pero no podía
imaginar que en esos lugares se encontraban enterradas las niñas que
asesinaba.
Su padre, obrero, falleció hace
dos años de cáncer y su madre cuida enfermos y realiza labores domésticas.
Tiene además cinco hermanos, cuatro varones y una hembra.
Sus ex compañeros de trabajo
dicen que era un hombre amable y que reía con facilidad, pero que le
costaba relacionarse con los demás por su carácter solitario y
callado.
Cuando un asesino como el de Alto
Hospicio parece no tener remordimientos ni sentimientos de culpa y
confiesa cosas como esta: “a
veces me arrepiento y a veces no, pero eso no importa ahora porque ya
estaban muertas”, no es del todo cierto. En todos los estudios
realizados con este tipo de depredadores se observa que no tienen
remordimientos por lo que han hecho a las víctimas ni se preocupan por
las consecuencias, y cuando dicen lo contrario es simplemente para dar
una buena imagen.
Los exámenes que le ha realizado
la psiquiatra Inge Onetto del Departamento de Medicina Legal de la
Universidad de Chile, (quién ha participado en el análisis psiquiátrico
de Pinochet a principios de este año cuando lo procesaron como autor
y/o como encubridor en los delitos de homicidios calificados, aplicación
de tormentos, lesiones graves, etc.) demuestran que el acusado es
imputable porque es plenamente consciente de lo que hizo y que está en
su sano juicio.
Según el perfil psicológico
realizado por el equipo de psiquiatría del Servicio Médico Legal
Metropolitano, el acusado tiene una personalidad psicopática con
trastorno bipolar. Este trastorno consiste en que Julio López poseería
dos personalidades opuestas y que puede mostrarse como una persona
extremadamente tranquila en el estado depresivo, pero cuando aflora su
ego puede actuar con alevosía y premeditación extrema en el estado maníaco.
No quiero decir que estén
equivocados con este diagnóstico, por que sí es cierto que el
trastorno bipolar en su estado maníaco se ajusta a la personalidad de
nuestro asesino: la irritabilidad, las ideas de grandeza y el ansia de
realizar actos temerarios sin preocuparse por las consecuencias, pero
tengo la impresión de que el hecho que haya confesado cosas como que
durante los ataques perdía la noción del tiempo y actuaba contra sus víctimas
sin medir fuerzas ni medios es otra de las artimañas del psicópata
como manipulador y está tratando de mostrarse él mismo como una víctima,
como un enfermo mental, cuando tiene todas los rasgos de un psicópata
puro. No me extrañaría nada que en estos momentos, o en breve,
empezase a mostrar una conducta modélica para convencer a los
psiquiatras que ha cambiado y lo rápidamente que puede progresar para
reinsertar en la sociedad.
Mientras
el acusado sigue detenido en su celda, custodiado por tres guardas y
encadenado para evitar cualquier intento de evasión o suicidio, la
indignación por la muerte de las niñas no desaparece en el pueblo de
Alto Hospicio, sino que parece aumentar con el paso de los días.
Se
está hablando de la discriminación existente hacia las personas con
menos recursos económicos, y hasta el presidente de la Corte Suprema ha
reconocido que existen ese tipo de diferencias por el simple motivo que
el dinero acelera las pesquisas.
Para
el subsecretario del interior Jorge Correa Sutil, el error está en
haber descartado hipótesis antes de tiempo y por su parte, el ministro
del interior trata de explicar lo sucedido y ha recordado que muchas
veces ese tipo de crímenes son descubiertos porque a los autores se les
detiene casualmente por otros delitos, cosa que es absolutamente cierta
pero no disculpa la mala actuación policial.
Mientras
el caso sigue abierto tratando de identificar algún posible cómplice
del psicópata, en estos momentos en el pueblo de Alto Hospicio se
mantiene una sensación de indefensión general.
En su confesión, Julio Pérez ha
demostrado gran frialdad y animadversión hacia sus víctimas
La Tercera - Icarito.cl
12 de octubre de 2001
El criminal pasaba días estudiando los recorridos de
las niñas antes de ofrecer llevarlas y no se descarta que algunas hayan
sido elegidas deliberadamente.
El modus operandi de un sicópata es lo más
característico de su accionar, donde la violencia y frialdad de sus
actos son los patrones repetidos en cada ataque. En el caso de Julio
Segundo Pérez Silva, sus atroces crímenes en serie perpetrados contra
menores en edad escolar lo ratifican como uno de los asesinos más
calculadores y despiadados de los investigados por la policía chilena.
Fuentes cercanas a los interrogatorios indican que
sus crímenes eran preparados con anterioridad, donde el aprendizaje de
los horarios de las niñas fueron cuidadosamente estudiados por el
sicópata, sin descartar que las haya elegido una a una.
Las largas rondas que Pérez realizó por mañanas y
tardes por las cercanías del Liceo Eleuterio Ramírez son prueba clara de
su fijación por escolares, morenas, de pelo largo y de semblante
parecido.
Según los primeros estudios sicológicos, dentro de
sus violentos cambios de personalidad se encuentra una faceta dulce y
amable que afloraba en las mañanas, cuando invitaba cordialmente a las
niñas a subir a su automóvil para llevarlas hasta el colegio por 100
pesos.
Sin embargo, los ataques perpetrados de noche habrían
sido más violentos, obligando a las jóvenes a subir a uno de los dos
autos que utilizó (un Nissan gris metálico y un Toyota blanco)
amenazándolas con un cuchillo.
Uno de los rasgos más fuertes del asesino, y que ha
llamado la atención de policías y gendarmes, es la extrema frialdad con
que se refiere a los asesinatos de las niñas.
"A la flacuchenta la dejé por allá" y "esa otra está
en el pique", son las palabras con que se expresó ante la policía.
En la cárcel, él hombre ha mostrado total conciencia
de su situación y de lo obrado, sin manifestar hasta ahora rasgos de
arrepentimiento o haberse quebrado en llanto.
Engaños y golpes
Cuando las menores ingresaban a su vehículo, las
conducía mediante engaños hasta algunos puntos aledaños a Alto Hospicio,
en donde procedía a golpearlas dejándolas inconscientes. Entonces, las
ataba de pies y manos para violarlas en el interior del vehículo.
Una vez culminado el ultraje, Pérez llevaba a sus
víctimas en estado inconsciente hasta el lugar en donde determinaba
ocultarlas envueltas en sacos y aún atadas.
Allí golpeaba sus cabezas de forma reiterada para
terminar tapándolas con rocas, enterrándolas o lanzándolas a los piques.
Finalmente, procedía a limpiar su automóvil de las
evidencias como restos de sangre, cabellos y otras pertenencias de las
menores.
Casi la totalidad de las menores reflejan signos de
violencia desmedida en contra de sus cuerpos, pues sus cráneos están
destrozados, las costillas rotas, brazos quebrados y una serie de
fracturas menores que denotan la brutalidad y ensañamiento con que
procedía el sujeto en cada uno de sus crímenes.
Regalos
Dentro de los rasgos de perfil de Pérez, un dato de
su infancia -que aún recuerdan sus vecinos de Puchuncaví, Quinta Región-
era la homosexualidad que habría evidenciado en la adolescencia.
En el barrio donde residía, sus vecinos aún recuerdan
su extrema cercanía a una hombre mayor que lo llamaba "mi amor" y le
hacía costosos regalos como ropa y una bicicleta.
¿GOLPES DE TERCEROS?
Según los primeros peritajes, los cuerpos de Viviana
Garay y Angélica Lay aún presentarían rasgos definidos ya que estaban en
un cierto estado de momificación gracias a la sequedad del ambiente. El
resto, ya estaba sin restos de piel u órganos, en un mayor estado de
descomposición.
Sobre las lesiones que presentan, se señaló que hay
fuertes contusiones en la zona craneana y tronco, atribuibles a golpes
de puño, pies y elementos contundentes como rocas o fierros.
Además, los tanatólogos habrían llegado a la
conclusión de que el carácter de algunas heridas podría atribuirse a la
acción de terceros, anteriores o coetaneas a la muerte del las víctimas.
Respecto de daños en las extremidades, se señaló que
estas son de menor consideración, correspondientes a marcas de ataduras.
La vida del sicópata de Alto Hospicio
El asesino múltiple es descrito como
amable y muy solidario con sus vecinos
Ministra en visita que investiga los crímenes y
violaciones de siete mujeres en esa localidad de Iquique lo declaró reo
como autor de la violación de la menor de 13 años
B.N.P. Javier Ortega / Enviado especial a Iquique
La Tercera - Icarito.cl
13 de octubre de 2001
Se mostraba amable y solidario, no
tenía vicios y a las mujeres les caía en gracia. Parecía amenazante sólo
cuando jugaba fútbol. Porque iba con "pierna firme" se ganó el "4" de la
Selección Seniors de Iquique. Pero gracias a su triste récord de siete
crímenes, Julio Segundo Pérez Silva, el ahora denominado sicópata de
Alto Hospicio se convirtió en el asesino en serie más brutal en la
historia moderna chilena.
Vivía desde 1997 en el sector de La Pampa de esa
localidad, donde nadie recuerda de él el más pequeño indicio que moviera
a dudas. Incluso, su vecina Alicia Moreno afirma que era cariñoso con su
pareja, la funcionaria municipal Nancy Duero, con quien habitaba una
vivienda de cholguanes y nylon. "En abril mi hijo cayó enfermo de
hepatitis y el vecino le daba el almuerzo, porque yo trabajaba. Cuando
se nos quemó la tele, el niño iba a ver televisión a su casa", dice la
señora Alicia.
Siempre callado, a veces Julio Pérez amasaba pan y le
convidaba a sus conocidos. Le gustaba hablar de sus tres perros: el
"Nacho" -un perro negro que aún merodea el vecindario- la "Duquesa" y el
"Hijo", que había bautizado así porque lo quería como tal.
Como casi nunca tocaba asuntos personales, muy pocos
sabían que se había criado en Puchuncaví (Quinta Región), donde cursó
hasta octavo básico, y que en esas tierras había dejado a su esposa
legal, dos hijas y rumores sobre conductas exhibicionistas e intentos de
violación que nunca fueron denunciados.
Otro de sus acotados temas de conversación eran sus
autos. Luego de llegar a Alto Hospicio, trabajó como obrero en una
constructora y se compró un Nissan gris metálico. Posteriormente, laboró
en una refinadora de sal, donde se le recuerda siempre como un hombre
callado. Al tiempo, cambió el Nissan por un Toyota Corolla blanco. Los
dos vehículos están hoy incautados.
Varios testigos aseveran que había comentado sus
deseos de comprarse un furgón, para que le sirviera de transporte en sus
esporádicos trabajos de soldaduras y fierros. Pero estaba cesante y
desde mediados de agosto sus únicos ingresos dependían de "piratear" su
auto como taxi.
Además de sus perros, su único pasatiempo era el
fútbol, donde jugaba siempre en la defensa, pegado a la línea derecha,
primero en el club "El Esfuerzo" y luego en la Selección Senior de
Iquique. Hasta fue nominado para representar a la ciudad en un
campeonato disputado en 1999. "Era parco, casi no hablaba, pero bueno
para las patadas", comenta un ex compañero. "Una vez llegó con el pelo
teñido y todos lo molestamos", señala Alexis Moreira, ex camarada suyo
en "El Esfuerzo".
Dos vendedoras de una feria cercana recuerdan que
siempre iba vestido de jeans y poleras blancas ceñidas, peinado
prolijamente e impecable. "Le echábamos tallas por su buena pinta, pero
no pescaba", comenta una locataria. Otras veces lo divisaban en su auto,
estacionado en una esquina durante horas, como agazapado, o conduciendo
en dirección a la pampa, escuchando música ranchera.
Ninguno de sus compañeros de equipo sospechaba que
los cambios en su pelo eran para ocultar su apariencia. Las locatarias
de la feria tampoco supusieron que sus viajes al descampado tenían que
ver con las desapariciones de seis escolares y una joven en Alto
Hospicio.
Julio Pérez fue detenido en la mañana del miércoles
26 de agosto, conduciendo su Toyota. Horas antes, una menor de 13 años
denunció en la subcomisaría local de Carabineros que un hombre de sus
características la había violado y golpeado salvajemente. "Soy el
sicópata de Alto Hospicio", le dijo antes de abandonarla en el desierto
al creerla muerta. Gracias a unas figuras que colgaban en su parabrisas
y a un profundo olor a tintura de pelo, la policía pudo identificarlo.
En el calabozo, personal del OS-7 de Carabineros optó
por la técnica de quebrar su resistencia mediante interrupciones
sistemáticas de sueño cada media hora, encendiendo la luz e
interrogándolo de imprevisto. "El objetivo era que alcanzara su punto de
estrés para que hablara, por lo que al mismo tiempo se le ofrecía una
mano", señala uno de los policías.
El día jueves, Julio Pérez confesó la violación de la
niña denunciante, pero mantuvo un meditado silencio sobre sus restantes
crímenes durante el viernes y el sábado siguientes. El domingo, conforme
cundía su cansancio, reconoció su autoría en tres asesinatos y
desapariciones. Enseguida, volvió a sumirse en el mutismo.
Sólo el lunes, tras más de 120 horas sin sueño,
entregó detalles de cómo acabó con cada una de las siete víctimas que
hasta hoy se le atribuyen, junto con dar a conocer el lugar dónde
estaban los cuerpos. "Nunca lloró ni dijo estar arrepentido. Si nadie
sospechó de él es porque rompía todos los parámetros del criminal
prototipo", señala uno de sus interrogadores.
Procesado
En el plano judicial, la ministra en visita Eliana
Ayala lo declaró reo como autor de la violación de la menor de 13 años
B.N.P.
La magistrada tomó la decisión luego de interrogarlo
en la Cárcel de Iquique, donde Pérez Silva habría confesado por primera
vez, judicialmente, el delito. La jueza también entrevistó ayer a la
menor, que todavía permanece en el hospital de esta ciudad.
En cuanto a las otras acusaciones contra el detenido,
fuentes allegadas a la investigaciìn afirmaron que los cargos por
violación y homicidio en los otros seis casos, así como el intento de
homicidio contra B.N.P., se agregarán una vez que la ministra conozca
los informes forenses respectivos. Además de tomar declaración a
testigos como la conviviente de Pérez Silva. Hasta la tarde de ayer, la
jueza Ayala estuvo tomando declaraciones a testigos en su despacho.
También se informó que, por turno, la defensa del
detenido recayó en el abogado de Iquique, Osvaldo Flores Olivares.
Frío y violento con sus víctimas
La misma frialdad que mostró ante sus interrogadores
ha reflejado Julio Pérez Silva durante sus primeros días recluido en la
cárcel de Iquique. Según funcionarios de Gendarmería, el detenido se
muestra silencioso, aunque completamente tranquilo, sin que en ningún
momento demuestre arrepentimiento. Incluso, no ha tenido reparos en
narrar cómo reducía y ultimaba a sus víctimas a los guardias que lo han
encarado. "Lo explicaba como quién se prepara un sandwich", afirma un
funcionario de Gendarmería.
Según las primeras pericias y su propia confesión,
Pérez Silva elegía metódicamente a sus víctimas, sobre la base de un
patrón más o menos repetitivo: se trataba de muchachas delgadas, morenas
y casi todas de cabellos largos, a quienes vigilaba durante días antes
de decidirse a actuar.
Su anzuelo era ofrecerles llevarlas a sus casas o a
escuelas como taxista "pirata" y por unas monedas. Cuando las menores
ingresaban a su vehículo las amenazaba con un cuchillo y las trasladaba
hasta los alrededores de Alto Hospicio.
Antes de violarlas, las golpeaba hasta dejarlas
inconscientes. Luego, atadas de pies y manos, golpeaba reiteradamente
sus cabezas con piedras hasta provocarles la muerte. Finalmente, las
cubría con sacos en basurales o las arrojaba a piques mineros
abandonados.
Casi la totalidad de las menores reflejan una
aplicación de brutal violencia orientada a causarles la muerte. De
hecho, varios de los cuerpos presentaban los cráneos destrozados, además
de fracturas en costillas. En contraste, las extremidades sólo
presentaban lesiones menores, en varios casos producidas por las
mordazas.
Julio Segundo Pérez Silva aparentaba ser un ser
amable y cariñoso con sus seres queridos.
Las víctimas
De acuerdo a la investigación de la jueza, las víctimas de
Julio Pérez Silva, asesinadas entre el 12 de septiembre de 1998 y
el 23 de agosto de 2001 son: