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P. Albert Joseph Pierre BRUNEAU

 
 
 
 
 

 

 

 

   
 
 
Clasificación: Asesino
Características: Sacerdote católico - Robo
Número de víctimas: 1
Periodo actividad: 2 enero 1894
Fecha detención: Día siguiente
Fecha de nacimiento: 1861
Perfil víctima: Hombre (sacerdote)
Método de matar: Ahogamiento
Localización: Mayenne, Países del Loira, Francia
Status: Ejecutado guillotina 29 agosto 1894
 
 
 
 
 

Sacerdote ejecutado en 1894 convicto del asesinato del Padre Fricot, párroco de Entrammes, Mayenne, Francia.

Mayennes es una provincia francesa situada entre Bretaña y Normandía; su capital es Laval.

El Padre Albert Bruneau llegó a Entrammes, un pueblo a cinco kilómetros de Laval, en noviembre de 1892, cuando tenía entonces 31 años. Era de origen campesino y su pasado no muy propio de un sacerdote. A los 13 años había robado 1.400 francos al párroco de Voutre, su profesor de latín. Entró en un seminario, pero al poco tiempo le expulsaron también por robo. En 1886 fue ordenado sacerdote y enviado como párroco a Astille, cerca de Laval. Una mujer del pueblo le dejó a su muerte 16.000 francos para que los empleara en obras de caridad; con este dinero pagó varias deudas contraídas por sus padres y el resto se lo gastó alegremente en los burdeles de Laval.

Durante los dos últimos años que pasó en Astille, su parroquia fue objeto de cuatro robos y dos incendios por los que obtuvo Bruneau largas sumas de dinero como indemnización.

Decidió entonces ocupar el lugar de otro párroco de Astille y comenzó a hacer circular por el pueblo rumores sobre la inmoralidad sexual del padre Pointeau. El alcalde escribió al Obispo para que trasladase a Pointeau a otra parroquia y éste, además, envió a Bruneau a Entrammes como ayudante del padre Fricot. Quizás habían llegado a sus oídos historias sobre la conducta del sacerdote que, en aquella época, había contraído gonorrea. Poco después de la llegada del padre Bruneau a Entrammes fueron robados 500 francos de la caja fuerte de la parroquia, y hay razones para creer que el padre Fricot sospechó de la culpabilidad de su coadjutor.

El 2 de enero de 1894, Fricot invitó a comer a varios amigos en la rectoría; a las seis y media de la tarde de aquel mismo día, los huéspedes se habían marchado y sólo quedaban en la casa los dos sacerdotes, el ama, de 62 años, y Joseph, un niño de nueve, hijo del sacristán de la iglesia.

A esta hora Joseph fue a avisar al padre Bruneau de que el coro de la parroquia estaba preparado para ensayar, pero éste dijo que estaba muy cansado y prefería quedarse haciendo compañía al párroco que estaba haciendo las cuentas del día. Fue la última vez que el P. Fricot fue visto con vida.

Cuando Joseph volvió a las siete para avisar a los dos sacerdotes de que la cena estaba preparada, Bruneau le dijo que el párroco había salido y se fue a la iglesia a tocar el órgano. Cuando volvió parecía muy excitado. Como el padre Fricot no había vuelto decidió cenar solo y comió con gran apetito.

Aquella noche se buscó al padre Fricot por todo el pueblo. A la mañana siguiente, Bruneau sugirió que el párroco podía haberse suicidado y mencionó el pozo del jardín; salió a examinar el lugar y al poco rato volvió tapándose la nariz con un pañuelo, porque, según dijo, le sangraba. Más tarde el ama declaró no haber visto una sola gota de sangre. Al poco rato, un vecino llamado Chelle vino a preguntar por el paradero del párroco, y Bruneau volvió con él a investigar en el pozo; allí hallaron el cuerpo del padre Fricot hundido en el agua y cubierto de gran cantidad de troncos.

Cuando poco después la superiora de un convento de la localidad llegó a la parroquia para informarse de lo ocurrido al padre Fricot, Bruneau la llevó a su despacho y le confió en secreto que éste se había suicidado tirándose al pozo y que se habían arrojado troncos encima para hacer pasar el suicidio, poco adecuado a un sacerdote, por asesinato.

El brocal del pozo estaba manchado de sangre y cuando se recuperó el cadáver se descubrió que había sido golpeado con un instrumento contundente. Bruneau tenía un corte en la mano que declaró haberse hecho cuando fue a mirar al pozo por primera vez a las tres de aquella madrugada; la lámpara y varias teclas del órgano tenían también manchas de sangre.

El sacerdote fue inmediatamente arrestado; en la mesa de su despacho se encontraron 1.300 francos en billetes y más tarde confesó haber escondido en el desván algunos pagarés, indudablemente tomados de la caja fuerte del padre Fricot, de la que Bruneau poseía una llave.

La policía, por razones desconocidas, acusó también a Bruneau del asesinato de una vendedora de flores de Laval, Marie Bourdais, que había tenido lugar en febrero de 1893. Un cochero declaró haber llevado al sacerdote desde esta ciudad a Etammes la noche del crimen.

El padre Bruneau fue juzgado el lunes 9 de julio de 1894 ante el magistrado Francis Girón. Varias prostitutas le reconocieron como cliente habitual y la dueña de un burdel aseguró que no era el único sacerdote que frecuentaba su establecimiento.

Bruneau fue declarado culpable del asesinato del P. Fricot, pero no del de la vendedora de flores; fue sentenciado a muerte. Dieciséis mil personas presenciaron su ejecución el 29 de agosto de 1894. Murió con dignidad, haciendo protestas de inocencia.

Pocos años después de su muerte comenzó a propagarse el rumor de que el P. Fricot había sido asesinado por una mujer, a quien había encontrado robándole y que ésta había sellado los labios de Bruneau confesándose con él de su crimen. Esta historia hizo que algunos le considerasen un verdadero santo, y un periódico de Madrid llegó a afirmar que se trataba de un mártir de la Iglesia. Gentes de todo el país acudieron en peregrinación a su tumba, llevando a sus enfermos para que les sanara su intercesión milagrosa. No existe prueba alguna que confirme la veracidad de tal historia. Por el contrario, es casi cierta la culpabilidad del sacerdote. Era, sin duda, un ladrón, y, por otra parte, sus continuas mentiras indican un caso patológico. En una ocasión se refirió en un sermón a una carta que había recibido de un amigo íntimo condenado a morir en el patíbulo; el párroco de Force le preguntó después si aquello era verdad y Bruneau le aseguró que aún conservaba la carta, casi hecha pedazos por la continua lectura. Poco tiempo después admitió que había inventado toda la historia.

Esta manía infantil de decir mentiras es una característica común a cierto tipo de criminales. Tampoco debe olvidarse el hecho de que el padre Fricot estaba haciendo sus cuentas poco antes de ser asesinado. Según la declaración de un amigo suyo, tenía la costumbre de hablar a su coadjutor junto al pozo cuando tenía algo importante que decirle (es difícil, sin embargo, que esto ocurriera la noche del crimen, puesto que era en el mes de enero y el párroco salió sin abrigo, lo cual no hubiera hecho si sabía que iba a estar fuera largo rato). Lo más probable es que Bruneau le atacase golpeándole y le empujase después al interior del pozo, entre las seis y media y las siete de la tarde, y que para ahogar los gemidos y chapoteos de su víctima se pusiese a tocar el órgano. (Algunos vecinos declararon haber oído ruidos semejantes a lamentos alrededor de las ocho.) La historia de que sangraba por la nariz pudo inventarla para prevenir el caso de que se hallasen en sus ropas manchas de sangre.

La ejecución de un clérigo no era un hecho raro en la Francia del siglo XIX. En 1822 fue guillotinado en Grenoble el P. Mingrat por violación y asesinato de una mujer. En 1836, el P. Delacollngue mató a su amante y fue sentenciado a trabajos forzados. En 1848, el hermano Leotade recibió la misma sentencia por la violación y asesinato de una muchacha, y en 1882, otro sacerdote, el P. Auriol, envenenó a dos ancianas de su parroquia.

 
 

Pecados del padre

El cura de un pequeño pueblo causó un escándalo y, eventualmente, un asesinato.

Por Max Haines - El Universal

Los padres de Albert Bruneau eran campesinos honestos que se sentían encantados de que su hijo pareciera propenso a propagar la palabra del señor.

El joven pálido y flaco parecía un estudiante aplicado, pero, desafortunadamente, Albert tenía otras cosas en mente.

En 1980, Albert se mudó a un seminario en Mayenne para continuar con sus estudios. Ni bien se acomodó con su rutina, una oleada de robos fue reportada por otros estudiantes en el seminario. La investigación resultante llevó a la expulsión de Albert.

Regresó a su hogar donde sus padres le imploraron al cura de la parroquia para que intercediera en nombre de su hijo. Como resultado, a Albert se le transfirió a Laval, un pueblo apenas más grande, para continuar con su educación religiosa.

Eventualmente fue ordenado y enviado al pueblo de Astille para ser el cura de la parroquia.

El Padre Bruneau descubrió que el pueblo era un lugar placentero de día, pero excesivamente aburrido cuando el sol se ponía. Pronto adquirió el hábito nocturno de viajar a Laval, donde halló que los encantos de ciertas damas que se paseaban por los prostíbulos locales eran mucho más satisfactorios que el cumplimiento de sus tareas religiosas regulares.

Los rumores que se expandieron por el pueblo no eran un ejemplo ideal para la juventud de la parroquia. Uno de los hombres del pueblo, quien también se hallaba comprando placeres, se topó con el cura en un prostíbulo. La reunión fue un hecho embarazoso para ambos, pero peor para el Padre Bruneau, pues marcó el punto de partida para su fin en Astille.

Debido a su reputación desfavorable, el clérigo fue transferido a otro pequeño pueblo, Entrames. Nuevamente el cura no pudo mantenerse alejado de los placeres de Laval. Como en su lugar de trabajo anterior, se corrió el rumor de que el hombre de Dios no podía sostener sus pantalones puestos. Evidentemente, el buen Padre Bruneau se convirtió en cliente regular de las casas de mala fama.

La propensión de Bruneau por el sexo opuesto era bastante alarmante, pero no era el único hecho que perturbaba a sus feligreses. Luego ocurrió el robo del cofre cerrado con candado en la sacristía. Alguien había roto el candado y se había llevado 600 francos del dinero de la parroquia.

Gracias a Dios, el Padre Bruneau tuvo la visión de asegurar su lugar de  vivienda. Poco después de que se hiciera el seguro, el presbiterio se incendió. El Padre Bruneau cobró una suma sustancial de la compañía aseguradora.

Parecía que todos estos hechos sospechosos seguían al joven cura como una plaga. También estaba el hecho ineludible de que no se llevaba bien con su superior, el ya mayor Padre Fricot, con quien compartía la vivienda. Su sirviente, Jeannette Charlou, frecuentemente informaba que debido a su conducta ‘non santa’, el Padre Bruneau era una decepción importante para el Padre Fricot.

El 24 de enero de 1984, el Padre Bruneau regresó de Laval, un poco borracho. Informó a su superior que el mero pensamiento de entrenar a los niños del coro de la iglesia le causaba náuseas. Los dos curas discutieron. Esa fue la última vez que se vio al Padre Fricot. El ama de llaves, Jeannette, envió al hombre de mantenimiento a realizar una búsqueda por el pueblo, pero no logró localizar a los dos curas.

Más tarde, esa noche, Jeannette se sintió aliviada cuando miró por la ventana y vio al Padre Bruneau parado junto al cobertizo. Cuando entró y se retiró a su cuarto, Jeannette fue hasta su puerta y le preguntó por el paradero del Padre Fricot. Sólo obtuvo un duro: “Ha salido”.

Jeannette sirvió la cena al Padre Bruneau. Estaba alarmada. El Padre Fricot nunca salía sin su sombrero y su abrigo. A la mañana siguiente Jeannette dejó saber a los pueblerinos que el cura había desaparecido. El Padre Bruneau dijo que el hombre mayor había estado deprimido y podría haberse suicidado. Esta teoría y sus ramificaciones religiosas no cayeron bien a los lugareños. El Padre Fricot nunca haría una cosa semejante. Los pueblerinos organizaron grupos de búsqueda. Finalmente registraron el área del presbiterio y encontraron el cuerpo del cura desaparecido en un manantial.

El Padre Fricot había sido brutalmente golpeado en la cabeza, y había pocas dudas de que había sido asesinado. El registro del cuarto del Padre Bruneau reveló un pañuelo cubierto en sangre y otra ropa ensangrentada. Una gran suma de dinero también fue descubierta. El cura no pudo explicar cómo obtuvo ese dinero.

Lo más incriminatorio de todo fue una llave descubierta por la policía en el cuarto del Padre Bruneau. La llave cabía en la puerta de la florista, madame Bourdais, quien había sido asesinada seis meses antes. Había sido acuchillada repetidas veces. Una gran suma de dinero había sido robada a la mujer asesinada.

El Padre Bruneau fue puesto bajo custodia y se le inculpó con los asesinatos del Padre Fricot y madame Bourdais.

El 9 de julio de 1894, el juicio del Padre Bruneau por asesinato comenzó en Laval. Proveyó el escándalo de la década en Francia.

Se revelaron detalles sobre el asesinato del Padre Fricot. Evidentemente, el Padre Fricot fue golpeado y luego lanzado al pozo. Sus pedidos de ayuda se oyeron durante horas, pero los sonidos amortiguados no fueron reconocidos como los de un hombre que lucha por su vida.

El Padre Bruneau oyó los mismos gritos y fue el único que los reconoció por lo que eran. Salió nuevamente a terminar de matar al cura anciano en el pozo. Se presentó evidencia en el juicio que probó que el Padre Bruneau arrojó leños en el pozo sobre el desventurado hombre. Cuando esto sólo sirvió para lastimar más al Padre Fricot, tomó un largo palo y empujó al debilitado hombre debajo del agua hasta que murió. Las manos del Padre Fricot estaban horriblemente mutiladas por intentar salir del pozo escalando.

Como uno se puede imaginar, los sentimientos en contra del Padre Bruneau eran muy altos en Laval, y de hecho en toda Francia. Es un tributo a la justicia de los franceses que hallaron dudas responsables y absolvieron al cura del asesinato de madame Bourdais. De todas formas, el Padre Bruneau fue declarado culpable de matar a su colega, el Padre Fricot.

Una apelación al Presidente de la República fue desoída. El 30 de agosto de 1984 el Padre Bruneau fue degollado en la guillotina.

 

 

 
 
 
 
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